El futbol actual tendría que decepcionar a muchos aficionados. Las inversiones millonarias que realizan los clubes europeos para hacerse de los servicios de los grandes futbolistas alrededor del orbe han terminado por ocasionar que cada convocatoria a una Selección Nacional sea motivo de polémica y controversia, de molestia de los equipos porque les quitan a sus elementos; de incertidumbre de los jugadores porque no saben si atender su amor por la patria o los miles de dólares que engordan sus bolsillos; y de coraje absoluto de los seleccionadores nacionales, quienes están sujetos a largas negociaciones administrativas para saber si contarán o no con sus elementos estelares. El carácter mostrado por los brasileños Diego y Rafinha después de que las instituciones a las que pertenecen les negaran el permiso para asistir a Beijing 2009 me parece un acto plausible y que funge como muestra irrefutable de lo que el sueño olímpico llega a significar para cualquier ser humano, no importando si es un tenista multimillonario (Rafael Nadal decidió hospedarse en la Villa Olímpica para sentir el ambiente de la máxima justa universal del deporte) o un futbolista que tiene su vida económica resuelta, pero que mantiene como ideal enfundarse la camiseta de su país. Mi amargura con respecto al balompié actual está relacionada con el veredicto del Tribunal de Arbitraje Deportivo y con la actitud asumida por diversos equipos del Viejo Continente. En primera instancia, considero que Laporta está buscando por fin ganar una batalla política después de que ha sido valupeado a lo largo de los últimos meses de su gestión como presidente del Barcelona. Sin embargo, en esa necedad que deriva en una falta de respeto a los conocidos nombres que bien podrían sustituir a Messi con cierto éxito en el conjunto catalán para la previa de Champions, la entidad catalana ha colocado en una incómoda situación al propio jugador, que ha declarado su ilusión de luchar por una medalla de oro con Argentina, pero que ha sido víctima de presiones por parte de la entidad catalana. La soberbia de los clubes más importantes del planeta, que no por ello deben sentirse dueños del balompié, olvida, para variar, a los aficionados. Prueba irrefutable. Una encuesta realizada por el Mundo Deportivo de España con respecto a si el Barcelona debe o no obligar a Messi a dejar territorio chino para volver a concentrarse con los blaugranas (aun así dudo que lo consigan con Julio Grondona cuidando las espaldas del jugador), entrega como resultado una diferencia de cuatro a uno. Ochenta y un por ciento opina que Lio debe quedarse y sólo un diecinueve por ciento vota porque vuelva con el equipo de Guardiola. El hecho es sintomática. Lo dice un sitio cien por ciento culé. Estoy seguro que un ejercicio semejante a nivel mundial entregaría resultados abrumadores a favor de que Messi participe en los Olímpicos. Incluso en términos de mercadotecnia, considero que Barcelona está empeñado en esquivar la oportunidad de seguir elevando el valor de Messi. Yo me pregunto qué mejor para Lio que ser catalogado como el hombre que guió a su país en la batalla por una presea dorada. Si tuviera éxito en su misión, la competencia frente a Cristiano Ronaldo para ser el mejor del mundo sería aún más cerrada y con muchos elementos a favor del pampero. Quizás no sea un beneficio directo, pero sí alcanzaría a la cúpula barcelonista. Al final, aplaudo que el Werder Bremen y el Schalke 04 dieran anuencia para que sus elementos permanecieran en tierras asiáticas (mejor hubiera sido darles permiso desde el principio). También espero que en Barcelona impere el sentido común, más no por ello dejo de sentirme dolido con el negocio del futbol actual. La UEFA, por más importante que sea, no debe estar por encima del balón que gira en todo el mundo.
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