Quienes a lo largo de América Latina hacen propuestas que pretenden desarrollar otras posibilidades a partir de la realidad – una realidad que por momentos nos agobia por su persistente carga sobre las mismas espaldas de las crecientes mayorías sociales empobrecidas y excluídas, y por la reproducción de instituciones y mecanismos de una democracia vaciada por el clientelismo y la competencia - tarde o temprano enfrentan la misma pregunta: “Eso que propones parece bueno, pero ¿dónde está? ¿puedes darnos ejemplos concretos?” - Implícito en la pregunta está: “No queremos utopías”, “No queremos falsas esperanzas”, “Queremos propuestas viables y creíbles, que nos muestren que esto se ha podido hacer en algún lado...”
No se quiere, en definitiva, comprometer las energías organizativas y sociales en proyectos que pueden ser quiméricos, cuando esa misma energía puede estar dirigida a resolver algunos de los problemas urgentes acumulados. Y esto es comprensible. Pero este “realismo” que prefiere “pájaro en mano que ciento volando”, debe ser respetado y a la vez desafiado. Puede ser desafiado por la teoría, que tiene el poder de mostrar lo que no se ve o lo que aún no existe salvo en forma de potencial. Pero no siempre ni en cada caso puede ser respondido con ejemplos, y con ejemplos “exitosos”, que sustenten la hipótesis de que hay tal o cual camino distinto, que es posible y conveniente modificar tal o cual práctica.
Es precisamente a fin de proveer certidumbres y ejemplos aseguradores que se ha generalizado el procedimiento de seleccionar “experiencias exitosas” o “mejores prácticas”, las cuales por lo general son presentadas como “modelos a seguir”. Este mecanismo tiende a mitificar las experiencias, presentando (y muchas veces auto-presentando interesadamente) su lado brillante y sus resultados vistos linealmente: “a tal problema, tal solución” (de manera coherente con la lógica instrumental de la evaluación por resultados que tanto empuja el neoliberalismo), y dejando entre sombras la calidad y complejidad de los procesos, sus contradicciones, su historia real, sus conflictos.
Como sabemos, la propia génesis de una idea o un proyecto tiene “antecedentes o contextos previos” que los hacen en muchos casos únicos y como “modelos a seguir”. Por otra parte, entre el proyecto original y los resultados efectivamente obtenidos median sucesivas rectificaciones, adaptaciones, tensiones y conflictos, pugnas internas entre grupos o personas que representan o personifican justamente los polos de una realidad que es dialéctica y contradictoria, lo que se presenta como resultado es, por lo demás, un proceso abierto y nunca terminado.
Si nada de eso se muestra, el resumen que se encierra en la cajita de la “buena práctica” o la “experiencia exitosa” lleva a pensar en la genialidad de una concepción y de su puesta en práctica para resolver un problema determinado, en la historia de una innovación social y sus inventores, y en el paso siguiente y sencillo: ¡aplicar el modelo!.
El problema de aplicar un “modelo a seguir” es que ante una visión comprimida e instrumentalista de los “casos exitosos”, despojada de la política, la resistencia y el conflicto, podemos aprender poco. Más aún, al intuir que “la cosa no es tan fácil”, se instala la aversión al riesgo y la desconfianza en nuestra capacidad para intentar avanzar en esa dirección, aunque el resultado sea diverso, innovador a su manera. Por supuesto que la hipótesis del “modelo a seguir” es que la experiencia puede cristalizarse en fórmulas, procedimientos y manuales, pero ya tenemos una larga historia de manuales para el cambio universal y sabemos de sus limitaciones...
Como se ha insistido a menudo, podríamos aprender tanto o más de los “fracasos” que de los “éxitos”, pero tampoco resulta fácil definir bien qué es una y otra cosa. ¿Fue un fracaso la campaña por el vaso del leche en Lima, durante el gobierno dela Izquierda Unida ? ¿Fue un fracaso el restablecimiento del Sandinismo como corriente cultural centroamericana? ¿Fue un fracaso la campaña de desprestigio de un candidato a la presidencia contra el que le precedia, en las pasadas elecciones en México?
El ejemplo del “modelo a seguir”, en fin, es un bien escaso o una búsqueda cuyo sentido está en cómo interpelemos a la experiencia. Se trata de diferenciar lo general de lo particular, lo novedoso de lo único y, en todo caso, posiblemente tanto lo uno como lo otro estén en el proceso y no en los resultados finales, suponiendo que sabemos cuándo se define el final... De hecho, sería interesante ver cómo están hoy las “mejores prácticas” y las “experiencias exitosas” de comienzos de la década, y qué efecto tuvo sobre ellas ser consideradas tales.
No se quiere, en definitiva, comprometer las energías organizativas y sociales en proyectos que pueden ser quiméricos, cuando esa misma energía puede estar dirigida a resolver algunos de los problemas urgentes acumulados. Y esto es comprensible. Pero este “realismo” que prefiere “pájaro en mano que ciento volando”, debe ser respetado y a la vez desafiado. Puede ser desafiado por la teoría, que tiene el poder de mostrar lo que no se ve o lo que aún no existe salvo en forma de potencial. Pero no siempre ni en cada caso puede ser respondido con ejemplos, y con ejemplos “exitosos”, que sustenten la hipótesis de que hay tal o cual camino distinto, que es posible y conveniente modificar tal o cual práctica.
Es precisamente a fin de proveer certidumbres y ejemplos aseguradores que se ha generalizado el procedimiento de seleccionar “experiencias exitosas” o “mejores prácticas”, las cuales por lo general son presentadas como “modelos a seguir”. Este mecanismo tiende a mitificar las experiencias, presentando (y muchas veces auto-presentando interesadamente) su lado brillante y sus resultados vistos linealmente: “a tal problema, tal solución” (de manera coherente con la lógica instrumental de la evaluación por resultados que tanto empuja el neoliberalismo), y dejando entre sombras la calidad y complejidad de los procesos, sus contradicciones, su historia real, sus conflictos.
Como sabemos, la propia génesis de una idea o un proyecto tiene “antecedentes o contextos previos” que los hacen en muchos casos únicos y como “modelos a seguir”. Por otra parte, entre el proyecto original y los resultados efectivamente obtenidos median sucesivas rectificaciones, adaptaciones, tensiones y conflictos, pugnas internas entre grupos o personas que representan o personifican justamente los polos de una realidad que es dialéctica y contradictoria, lo que se presenta como resultado es, por lo demás, un proceso abierto y nunca terminado.
Si nada de eso se muestra, el resumen que se encierra en la cajita de la “buena práctica” o la “experiencia exitosa” lleva a pensar en la genialidad de una concepción y de su puesta en práctica para resolver un problema determinado, en la historia de una innovación social y sus inventores, y en el paso siguiente y sencillo: ¡aplicar el modelo!.
El problema de aplicar un “modelo a seguir” es que ante una visión comprimida e instrumentalista de los “casos exitosos”, despojada de la política, la resistencia y el conflicto, podemos aprender poco. Más aún, al intuir que “la cosa no es tan fácil”, se instala la aversión al riesgo y la desconfianza en nuestra capacidad para intentar avanzar en esa dirección, aunque el resultado sea diverso, innovador a su manera. Por supuesto que la hipótesis del “modelo a seguir” es que la experiencia puede cristalizarse en fórmulas, procedimientos y manuales, pero ya tenemos una larga historia de manuales para el cambio universal y sabemos de sus limitaciones...
Como se ha insistido a menudo, podríamos aprender tanto o más de los “fracasos” que de los “éxitos”, pero tampoco resulta fácil definir bien qué es una y otra cosa. ¿Fue un fracaso la campaña por el vaso del leche en Lima, durante el gobierno de
El ejemplo del “modelo a seguir”, en fin, es un bien escaso o una búsqueda cuyo sentido está en cómo interpelemos a la experiencia. Se trata de diferenciar lo general de lo particular, lo novedoso de lo único y, en todo caso, posiblemente tanto lo uno como lo otro estén en el proceso y no en los resultados finales, suponiendo que sabemos cuándo se define el final... De hecho, sería interesante ver cómo están hoy las “mejores prácticas” y las “experiencias exitosas” de comienzos de la década, y qué efecto tuvo sobre ellas ser consideradas tales.